jueves, 1 de diciembre de 2016

Del cambio de siglo, la herencia decimonónica y la viga en el ojo propio


      Del siglo XIX al siglo XX, el cambio histórico más importante que se produjo a nivel de grandes masas, fue la democratización o masificación de las ideologías, y de la conciencia ideológica.

      Desde ser una actividad intelectual y letrada, el estudio, la discusión, la escritura y la defensa de posturas ideológicas, pasó a manos de grandes masas, que comenzaron, especialmente en los nacionalismos europeos de principios del siglo XX, a participar en la opinión y en el activismo en grupos políticos.

      Así, los siglos XVIII y XIX fueron potentes en cuanto a propuestas políticas, ideológicas y éticas desde la intelectualidad, y la búsqueda política de aplicarlas formando o cambiando distintos Estados alrededor del mundo, también por parte de la intelectualidad.

      El siglo XX, como consecuencia, se caracterizó por la expansión de estas ideologías, haciéndolas transversales a los sectores socioeconómicos y socioculturales, mediante educación, propaganda, difusión o persuasión de ideas que permearon hacia distintos estratos sociales. Pero se caracterizó también por los intentos de globalización de estas implementaciones, no ya limitándolas a cambiar o reestructurar Estados, sino a expandirlos, fusionarlos, o borrar sus fronteras en unión política o ideológica. De esto, a mediados del siglo pasado resultó la Guerra Fría, que aún cala en los huesos del mundo.

      A principios del siglo XX, especialmente en las futuristas décadas de los años '10 y '20, la visión optimista sobre el futuro se fundamentaba estéticamente en la unión de los enormes grupos que adherían a una idea, formando bloques enormes similares a las enormes industrias que se construían en todo el mundo, a las enormes plantas de energía eléctrica que proliferaban alumbrando la noche que daba vueltas por el lado oscuro rotatorio de la Tierra, a las autopistas y pistas de aterrizaje que se adecuaban a las nuevas máquinas de transporte.

      Estos bloques humanos, unidos en el fascismo, unidos en el socialismo, unidos en el capitalismo o unidos en el anarquismo -y todas sus variantes, segregaciones, subdivisiones y disidencias-, eran los primeros grupos humanos que coincidían en pensamiento -fuera esta adherencia racional, emocional efímera, nostálgica o por convicción-, en lugar de solo seguir un líder, un mandato, un rey, una dinastía, una religión.

      Decidir seguir u oponerse a una idea que comenzaba a proliferar alrededor de un individuo, viendo que esa idea pretendía cambiar de alguna forma la macroestructura, posicionaba a grandes grupos humanos como máquinas, pretendiendo acelerar, detener, destruir o modificar las grandes máquinas que eran las ciudades y los países.

      El arte de esas décadas lo refleja bien: la tendencia a lo gigantesco, a los bloques enormes, a las estructuras elevándose hacia el cielo, a máquinas tan grandes que solo otras máquinas podían mover.
   
      La tendencia ética de agrupar en colectivos, de sentir la ciudad como un engranaje imparable, tenía también una consecuencia ética: cualquier problema individual era causa de los enormes engranajes de la máquina que movía todo. Todo problema individual o microsocial era producto del movimiento de una macroestructura que remecía todo. Por lo tanto, la solución a cualquier problema se encontró, durante todo el siglo XX, en pelear por el control de la máquina. Pelear en bloque por llegar a su zona de control para moverla en el sentido en que el bloque quisiera, ya que solo en bloque era posible moverla.

      La intelectualidad del siglo XX, en plena Guerra Fría, la máxima representación de la humanidad reducida a dos motores y un par de remanentes intermedios, de manchas producidas por la misma disputa gigantesca, comenzó a apuntar a otros lados.

      Nietzsche, Freud, y más adelante Foucault, Beauvoir sentaron las bases para una nueva forma de pensar las relaciones humanas, que es desde la reproducción inconsciente de lo aprendido. Pero esta forma de pensar no daría fin a la Guerra Fría, sino que comenzaría a socializarse, a democratizarse a esta realidad nueva desde hace apenas un siglo que es la de la alfabetización generalizada; de la mayoría de la población con acceso al menos potencial a libros, a discusiones que antes solo se daban en las academias.

      Una vez caído el muro de Berlín, fue cuestionada la Guerra Fría como un absurdo humano, como un sacrificio que peleaba por algo que no valía la pena sacrificar tantas vidas humanas, por un círculo de pugna que no parecía tener más fin que aflojarse, desglobalizarse y volver a centrarse en conflictos nacionales o bi-nacionales. Con este antecedente, podemos abrir el siglo XXI con este nuevo paradigma de pensamiento: cada individuo es responsable de repetir o cambiar lo que culturalmente asimiló durante su formación. Cada familia conformada es responsable de repetir o cambiar la forma en que sus integrantes fueron criados una generación atrás. Cada mujer es responsable de repetir o cambiar los roles que le fueron culturalmente asignados una generación atrás. Cada generación completa es responsable de repetir o replantearse si el problema está en la macroestructura, o si hay infinitas acciones individuales que en sumativa conforman una cultura, una tendencia, que parece más grande que las personas mismas.

      Así es como hoy el esquema de redes de conexión es un reflejo estético de la sociedad mucho más útil que el de la máquina. La ciudad ya no pisa y tritura y levanta bloques, sino que es el espacio en que cada individuo se relaciona, estableciendo líneas y direcciones de acción hacia sus semejantes, creando redes de jerarquía o de apoyo, de exclusión, de competencia o de colaboración. Hoy en día las individualidades conforman la ciudad. Y es algo que molesta a gran parte de la población que peleó por los ideales del siglo XIX que se aplicaron políticamente a los grandes grupos humanos, que abarcaron los continentes hace unas décadas.

"¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, cuando tú mismo no miras la viga que está en tu propio ojo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano." (Lucas 6:42)

      La gran división entre las ideologías del siglo XIX, que se democratizaron y aplicaron en el siglo XX; y las ideologías del siglo XX, que se democratizan y se aplican de a poco en el XXI, tiene que ver con a quién se culpa. Las ideologías de la primera mitad de la modernidad apuntaban, culpaban y buscaban cambiar la máquina, la macroestructura que lo controlaba todo. Por lo que todas las variables a nivel micro, eran consecuencia de la macroestructura, y, por lo tanto, secundarias, pues mejorarían o cambiarían por añadidura, una vez que la máquina fuera redireccionada. El contexto de Guerra Fría dio paso a que la intelectualidad del siglo XX observara los patrones comunes entre Primer, Segundo y Tercer Mundo, estableciendo problemas transversales a la(s) sociedad(es), que no se veían afectados por la variable de macroestructura política.

      Las ideologías surgidas en el siglo XX, que conforman la segunda mitad de la Modernidad -o como ciertos grupos prefieren llamar, la trans- o post-Modernidad-, apuntan, culpan y buscan cambiar las relaciones entre cada individuo y su entorno, identificando problemas como las relaciones de micro-poder, la replicación de prejuicios sexuales, raciales, étnicos, clasistas, e incluso especistas. Por lo que todos los problemas macroestructurales, surgen de sociedades conformadas por individuos que replican un mismo movimiento. Por lo que todo problema de la máquina, es un reflejo de problemas, en primera instancia, humanos.

      Culpar la máquina, pretender quitar la paja del ojo ajeno, del ojo colectivo, es fácil y emocionante. El enunciador de la idea queda libre de pecado, tiene un elemento al cual culpar, se alía con un enorme bloque de individuos que quitan sus culpas y las arrojan a la máquina, y gritan consignas y se alían como en una batalla, en un espíritu bélico contra una estructura, como si la misma no estuviera conformada por cientos de procesos humanos, de relaciones entre cerebros pensantes y replicantes. Culpar la máquina es sentirse salvador, es gozar estéticamente del bando correcto que puede batallar y vencer al enemigo simbólico.

      El odio de las personas del siglo pasado hacia las ideologías recientemente socializadas, surge de la falta del espíritu bélico que ven en las propuestas de las generaciones nuevas. En la añoranza nostálgica y emocional de la unión colectiva contra el enemigo enorme.

      Si hay algo importante que destacar de las ideologías nuevas, es que sí miran la viga del propio ojo, la enorme carga de replicar los procesos anteriores cuando no existe una crítica a las acciones de cada individuo, a las consecuencias de una generación completa. Un miedo a educar con errores viejos por no haberlos visto, por haberlos sentido tan naturales que se invisibilizaron.

      Culparse como entidad reproductora, como responsable de relaciones que, en conjunto, van creando estructuras, es más difícil, y no conserva la emoción de esa otra convicción ideológica, pero sí conlleva otras emociones, otros goces estéticos que surgen de las decisiones éticas y sus resultados.
     
      La máquina nunca estuvo hecha de engranajes, sino de pirámides humanas. Y como tales, son más frágiles a los movimientos que las desarman que a los martillos gigantes que las golpean.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

La adherencia y la oposición estéticas: las imágenes del aliado y del enemigo


La adherencia a una colectividad como signo de individualidad es una característica de la Modernidad que se intensifica con el acercamiento del tiempo a nuestra era globalizada. Aunque parezca una contradicción, y muchos análisis cotidianos básicos pretendan demostrar lo contrario, la elección de una postura, o de una ideología en casos de esquemas más amplios, es una clara oposición al determinismo que se defendió por siglos.

Ser abolicionista en la época de la esclavitud, ilustrado en la época de la monarquía, nacionalista en la época del capitalismo explosivo de principios de siglo pasado, ser apartidista en la época de los sistemas parlamentarios partidistas, feminista en la época de la visibilización patriarcal, e incluso neomachista en la época de la socialización del feminismo son muestras de elección de dónde se está: de qué lado se está en determinadas divisiones colectivas.

Lo opuesto a la adherencia voluntaria sería justamente la adherencia por pertenencia casual: adherir a la chilenidad por haber nacido en Chile, adherir a una religión por provenir de una familia que la escogió como camino ideológico

-toda distinción de un entorno condcionante se manifiesta como adherencia declarada a esa oposición, y por tanto, grandes colectivos ideológicos humanos se agrupan de acuerdo al objeto del que desean distinguirse, más que por una causa común a todos los miembros de ese colectivo.

-la oposición al entorno condicionante puede fácilmente surgir de una oposición estética más que ética.

martes, 29 de noviembre de 2016

Problemas sobre los prototipos semánticos

Monique Wittig problematizó en El pensamiento heterosexual el tema de LA MUJER y las MUJERES. Identificó en esta última categoría una clase -en el sentido materialista histórico del término-, y a lo primero como un estereotipo, ¿o prototipo?.

Los estereotipos son socialmente aceptados como falsedades. Vinculados comúnmente con los prejuicios y las generalizaciones. Es probable que haya común acuerdo en que los estereotipos hacen daño en cuanto generan una distancia entre la caricaturización de un tipo de persona -tipo que puede tener distintos niveles de arbitrariedad-, y el conocimiento real -en la medida de lo posiblemente cogniscible de una persona- de la misma-.

Sin embargo, no se problematiza el prototipo, una forma de jerarquización mental mucho más inconsciente, colectiva, instantánea, y, por tanto, desapercibida.

Mientras que el estereotipo se relaciona con la caricaturización, el prejuicio y la generalización; el prototipo se relaciona con la imagen mental de una categoría.

Un prototipo, de acuerdo al primer estudio sicológico en abordarlo -xxxxx-, es, por ejemplo, el matiz de color, dentro de la infinitesimal gama de matices análogos, que se nos representa mentalmente al pensar en colores nombrados, como verde, azul, amarillo, rojo.

Un segundo ejemplo, correspondiente al estudio lingüístico del prototipo, pone como ejemplo las imágenes mentales de los significados de palabras como soltero. Al nombrar la categoría humana soltero, la imagen mental instantánea, condicionada por el uso y las representaciones retroalimentadas culturalmente de la misma, corresponde a una muy cercana a la de una persona varón, de edad adulto joven, de procedencia urbana, usualmente blanco, que no convive con ninguna pareja afectiva. Sin embargo, en esta categoría se encuentran ejemplares que difieren de ese prototipo o imagen mental, como lo pueden ser: Una persona menor de edad; una persona dedicada a la vida ascética, aislada de la sociedad; el papa, una persona comprometida, en el día de su matrimonio, una persona en estado vegetal, una persona en estado de coma desde hace años, una persona con síndrome de down.

A diferencia del estereotipo, fácilmente erradicable mediante el conocimiento real de un tipo de persona, el prototipo es inherente a la lengua, a la semántica y al uso de las palabras. Por lo tanto, su erradicación resulta mucho más compleja, y requiere de una re-semantización de lo que nombramos.

Volviendo al tema de género, el estereotipo de MUJER, identificado como problema por Wittig, es cuestionado en estos años de pugna entre los diferentes feminismos, los neomachismos y las posturas ingenuamente conciliadoras que buscan una inexistente neutralidad.

No obstante, el prototipo de MUJER, la imagen mental instantánea, es algo que es tan difícil de deconstruir como el mismo uso de MUJER en singular cuando hablamos del sexo femenino como categoría.

Al hablar de MUJER en singular, reproducimos e intensificamos una imagen mental que, si bien no se ciñe al "deber ser" del estereotipo, sí se reduce a ciertas características que inconscientemente se sugieren como inherentes a la categoría. Dentro de estas categorías estarían la de edad fértil, de ser medianamente atractiva de acuerdo a patrones sociales y de ser heterosexual.

Un buen ejemplo de prototipo de MUJER se encuentra en el lector modelo de los saludos del Día de la Mujer -LA MUJER-, cuando este carece de un sentido reivindicativo o de lucha.

"Feliz día, huachitas ricas"
"Feliz día al ser más precioso del universo"(?)

Representan saludos que están dados pensando en una persona perteneciente a la categoría MUJER, pero no a cualquier persona perteneciente a ella, sino a las cercanas al prototipo. El saludo de un hombre a las "guachitas ricas" de su Facebook, deja fuera a la mayoría de las mujeres con las que se encuentra en su cotidianidad: su madre, tías, abuelas, hermana(s), trabajadoras del aseo -y "del hogar" en algunos casos-, casi todas las menores de edad y las mayores, casi todas las que no puedan pertenecer a la categoría de "socialmente bella" -culturalmente subsumida, a su vez, a la categoría de MUJER-.

El saludo, por tanto, al estar comprendiendo a la categoría MUJER como una singularidad, y no como una pluralidad, está estableciendo una invisibilización de todos los miembros marginales de la categoría. El prototipo no solo refleja una colectividad semántica, sino que además la condiciona.

Para establecer un contraejemplo, un saludo que incluya a TODAS LAS MUJERES, abarcaría sin problemas a las figuras como madre, tías, abuelas, hermana(s), trabajadoras de los espacios públicos y privados, y en general la categoría de "señoras", medianamente invisibilizada dentro de la categoría de MUJER.


jueves, 22 de septiembre de 2016

El dilema ético-estético

El concepto de dilema ético pone en evidencia la dificultad para encontrar una solución universalmente ética a distintos problemas en los que se posibilitan dos o más soluciones incompatibles entre sí, 
No hay un concepto de dilema estético tratado, ya que el estadio estético se mantiene en un campo de superficialidad de percepción del entorno, que no puede ser problemático a menos que encubra un dilema ético en las ideas que sostienen dos o más propuestas estéticas.
Sin embargo, el dilema ético-estético se puede plantear como una fuerza de presión en la toma de decisiones humanas en todo momento: no solo oponemos posibilidades con distintos resultados éticos, sino que muchas veces oponemos posibilidades en las que una solución puede resultar indudablemente ética, pero estéticamente insoportable; o bien, dudosamente ética, pero estéticamente defendible de forma férrea.

Ejemplo del dilema ético-estético en la vida cotidiana.


I.

 Un homo sapiens baja de un vehículo y pisa accidentalmente un insecto o arácnido, dejándolo herido de muerte, pero en un estado de agonía que puede alargarse por horas. El dilema se presenta como:

a. Matar al animal de forma intencionada, con el fin de dar una muerte rápida en lugar de lenta. Solución éticamente aceptable.

b. Dejar al animal morir al ritmo en que su cuerpo deje de mantenerlo vivo por causa de la herida ocasionada, evitando un segundo acto de ataque, que en esta ocasión sería intencionado.
Solución éticamente dudosa.

En ambas soluciones no se presenta un problema estético, ya que un animal insecto o arácnido no resulta estéticamente impactante ni conmovedor. Por lo tanto, el dilema se mantiene como puramente ético.

II.

 Un homo sapiens baja de un vehículo y pisa accidentalmente un pichón de paloma, dejándolo herido de muerte, con algunas de sus entrañas rosadas asomadas al aire por la herida infringida por la pisada entremedio de sus plumas grises cada segundo más húmedas de sangre y líquidos varios del cuerpo. Su estado de agonía podría alargarse por varios minutos. Su ojo tiembla entrecerrado y en su respiración agitada se adivina un estado alterado de alerta. El dilema se presenta como:

a. Matar al animal de forma intencionada, pisando su cuello o cabeza de una forma lo suficientemente fuerte como para dar muerte en un solo golpe, evitando así la muerte lenta ocasionada por la herida infringida por el mismo ejemplar de homo sapiens de forma accidental.
Solución éticamente aceptable, pero estéticamente cercana al horror, ya que implica un segundo acto repulsivo por el nivel de violencia visual y motora, con el agravante de la intencionalidad de la opción escogida.

b. Dejar al animal morir al ritmo en que su cuerpo deje de mantenerlo vivo por causa de la herida ocasionada, evitando un segundo acto de ataque, que en esta ocasión sería intencionado.
Solución éticamente dudosa, pero distanciada de un horror estético mayor, en tanto el alejamiento entre el primate vivo y el ave moribunda se de con mayor rapidez, más rápido será el distanciamiento sicológico con el hecho horroroso de la pisada accidental. 

En ambas soluciones se contraponen las ventajas y desventajas éticas y estéticas, por lo que la elección de una por sobre la otra, implica una consideración mayor de lo estéticamente repudiable; o bien una consideración mayor de lo éticamente reprochable.

Tanto el primer ejemplo como el segundo ejemplo presentan un dilema ético similar: la consideración de una muerte rápida como una situación éticamente más aceptable de permitir para un ser vivo animal que una muerte lenta, Esto, considerando, por supuesto, la percepción de dolor de seres vivos animales lejanos al homo sapiens como una afirmación sin verificación científica acabada, pero sí como una posibilidad ante la cual se escoge éticamente su evitabilidad viable.

La diferencia entre ambos ejemplos radica sustancialmente en el dilema estético: la acción violenta contra un animal que sensorialmente no presenta un gran espectáculo estético en su herida y muerte, no genera un choque suficientemente considerable como para oponerlo como factor importante sumado al dilema ético. En cambio, la acción violenta contra un animal que sensorialmente presenta un espectáculo mortuorio, puede resultar en la mayoría de los casos, un factor capaz de sobreponerse al dilema ético.

La consideración de la contemplación estética y de la experiencia estética en dilemas éticos puede influir de forma tan predominante, que las experiencias de horror y belleza, y de adhesión o repulsión por una imagen, sonido o vivencia estética compleja, que las decisiones humanas tomadas no dependen solo de análisis de acciones más cercanas o distantes a una moral ideal, sino que son complejizadas por experiencias que presentan una tercera arista en conjunción y conflicto con instinto y convención.